Terremoto en el sur

Era una noche de verano concluyendo las vacaciones, todos nos fuimos a dormir sin mayor sobresalto, quizás planeando las tareas del día venidero. Mientras el sueño relajaba nuestro cuerpo, de pronto, de improviso, sin anuncio la tierra ruge, se manifiesta la furia desatada de la naturaleza, algo monstruoso, violento y ratos apocalíptico.


 A partir de ese evento ya nada fue igual, primero vino la desesperación, el descontrol, la histeria, confirmar el estado de salud de nuestros familiares, mirar en rededor, confirmar que cada cosa, artículos, construcciones, electrodomésticos fueron lanzados por una fuerza tan feroz que sacó de cuajo paredes, derribo muebles y roperos, las calzadas de las calles agrietadas y un sentimiento de indefensión total.


Chile país de terremotos, infraestructura sísmica, planes de evacuación, alertas tempranas, etc. Nada de ello funcionó, escapamos sin control en cualquier dirección, quizás hacia focos de mayor peligro. Cada ciudadano, al mismo tiempo, intentando comunicarse con sus seres queridos lo que hace colapsar las redes telefónicas, sin agua y sin luz, desprotegidos desvalidos.


Cuando viene el día, la luz del sol nos permite dimensionar la tragedia, casas en el suelo, derrumbadas, inhabitables. Quizás por mucho tiempo mantendremos las imágenes provocadas por la catástrofe, ese ruido subterráneo, el movimiento sin pausa, la sensación de una destrucción evidente.


Mientras pasan los días, cada uno va asumiendo mecanismos de reparación, aceptar las réplicas como algo normal, intentar arreglar lo descompuesto, construir de nuevo, imaginar una ciudad distinta.


He sufrido junto a mis coterráneos, el dolor, la desgracia y en algunos casos el abandono y la indefensión. Millares de chilenos han demostrado solidaridad, las autoridades buscan soluciones a las necesidades más dramáticas de la población, pero debemos atender el alma, aquel espíritu trizado, el estado de ánimo derrumbado.


Quisiera saludar a todos quines hoy están sufriendo, aquellos que se frustran y lloran ante las rumbas de escombros, podremos levantarnos anuncian los parabrisas de los vehículos, somos capaces, pues en ocasiones anteriores lo hemos hecho, confío en Chile y su gente.


El 27 de febrero, la naturaleza nos llamó la atención, dijo estoy viva, tengo poder, soy fuerza total. Que pequeños nos sentimos, seres incapaces de sostener esta fuerza descomunal que en unos minutos es capaz de agredir a toda una población sin distinción alguna.


Vendrán días felices, comenzaremos de nuevo, olvidaremos, pero es necesario estar atento, de vez en cuando el planeta reclama y nos expone desnudos ante nuestra fragilidad.