Exposición de Arte. Nuestra Biblioteca comparte imágenes del Artista Camilo Mori con todos sus usuarios para que disfruten de sus maravillosas Obras. Las que serán expuestas hasta el 15 de marzo.

Camilo Mori Serrano nació el 24 de septiembre de 1896, en el cerro Bellavista, frente a los Padres Carmelitas, uno de los lugares más típicos de Valparaíso. Su vocación artística despertó muy precozmente – cuando copia a los catorce años un cuadro de Ramos Catalán- y ya jamás se detendrá su mano para producir de manera muy fecunda. Ensaya en distintas soluciones plásticas y vivirá seducido por los cambios, como ya hemos expresado con anterioridad. Nunca olvidará, eso sí, su sólida preparación de oficio, su natural facilidad para resolver cualquier problema técnico, que sorprenderá especialmente en sus retratos, elegantes, severos, de gran dignidad profesional, que hará por centenares para instituciones y particulares.

 

                 

 

 

PINCOY (1950)

Uno de los motivos más empleado para expresarse, los encuentra el pintor en su propio hogar. Su hijo, al que nombre siempre Pincoy, le dio ocasión para ejecutar centenares de dibujos y pinturas. Jamás se agota el modelo de sus preferencias, ya que siempre busca ángulos distintos y situaciones propicias. Lo inmortaliza en los primeros años de vida o en la adolescencia, con igual propiedad plástica.

RUE DU DEPART (1926)

Próximo a cumplir los treinta años realiza este cuadro cumbre de sus estampas de París, con sus calles pintorescas, que le permiten lograr la síntesis de las formas y el hábil trabajo de las texturas en sus planos coloreados. El artista ha reflexionado ante el tema y ha ido superponiendo las capas cromáticas, para conseguir las oposiciones colorísticas tan propias de su etilo. No hay vacilaciones en su planteamiento de las calles y casi nunca falla en la ubicación de sus planos.

EL BOXEADOR (1923)

Producto artístico cumbre en Chile, luego de su primer viaje al Viejo Mundo, en 1923, es este pugilista en su gimnasio santiaguino, cuando este deporte tenía una gran atracción den las masas. La simplificación del dibujo, el rojo atrevido del sweter que cubre el torso del deportista, causaron asombro en esa apertura moderna de los comienzos de la década del veinte. El sentido constructivista de las ventanas del fondo, los letreros de la publicidad, los planos que cortan la figura, no pueden ser más novedosos en su concepción, ya que el fondo se nos viene encima, pero no le resta importancia al personaje central.

MARUJA EN PARIS (1946)

El artista tiene una gran capacidad para recordar los momentos que lo emocionaron y vuelve a plantear la escena del ayer en un cuadro, con veinte años de distancia. El tío vivo en el parque, con los árboles desnudos, conforman una añoranza del lugar, que remece a los más fríos. Los puntillos multícolores que representan al genio en la feria, encienden la composición en el fondo. Adelante, el rojizo de la cabellera se opone a los azulinos desvaídos, los malvas atenuados, con esa tendencia al esbozo que Camilo ejecutaba con igual pericia técnica, pues su facilidad manual era muy grande.

 LA GRUA (1948)

Un motivo aparentemente poco atractivo le permite pintar un cuadro muy decisivo en su amplia producción. Están presentes los elementos más difíciles para llevar a la tela: variedad de actitudes de los personajes, estructuras metálicas y cielos abiertos. Todo se conjuga, eso sí, con inteligencia plástica. Esta vez la parte formal está en función de cierta congoja, pues los hombres están quietos, sin integrarse al trabajo. Posiblemente se trata de una huelga, una cesación de faenas o están en la gran espera de reanudar la acción.

LA VIAJERA (1928)

Este cuadro fue el centro del envío de Camilo Mori al Salón Oficial de ese año, uno de los más polémicos certámenes en el historial de estos concursos, ya que culminó con una gran reforma artística. Con esta obra el artista daba la pauta de los nuevos conceptos plásticos que defendían los jóvenes, guiados por Grigoriev desde el taller de pintura de la Escuela de Bellas Artes. Con esta figura en un tren francés, culmina la estadía de su segundo viaje de estudios por Europa y es uno de sus óleos más divulgados, ya que forma parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, en un lugar muy señalado de su generación.

PARIS NEVADO (1922)

Otra obra muy sobresaliente de su iniciación pictórica es este rincón típico de la capital de Francia, en los momentos finales de su primera estadía en el Viejo Mundo. Esos colores tostados, los grises metálicos, compensados con los blancos de la nieve, son un paso adelante con respecto al academismo inculcado por los muchachos del “trece”. Nuevamente aparecen sus figuras esquemáticas, sólo las insinuaciones de los personajes que caminas por las empinadas calles de París. Las pinceladas marfileñas que diagonalmente llevan la mirada hacia el extremo derecho de la composición, contribuyen al abatimiento geométrico del primer plano de este paisaje urbano, una licencia plástica muy suya.

RECUERDO DE VENECIA (1932)

La revolución surrealista la conoció el pinto en su pila bautismal, ya que estaba en París cuando aparecieron los manifiestos del movimiento, básicamente redactados por André Breton. Los sueños emergen en el arte y para traspasar este fenómeno en la tela, se recurre a la extraña asociación de elementos dispares. En este cuadro, muy en la órbita de este estilo, aparecen un mandolino, las arcadas bizantinas y el campanil de Venecia, en un ensamble tan sugestivo como imposible de obtener en la realidad. Es la incongruencia propia de la escuela que había nacido ocho años antes y que tendría adeptos en el mundo entero con el correr del tiempo.

EL CIRCO (1921)

La obra que asombra por los primeros cambios profundos que ofrece la producción de Mori, es este óleo de hermosas tonalidades grisáceas. La figura que está en primer plano, al lado de un árbol deshojado, llama la atención por su extraordinaria simplicidad, con unos campos colorísticos muy sumarios. Los letreros de fondo, de gamas más elevadas, avivan la composición sobremanera y revelan la rápida asimilación de Mori a las corrientes en boga en el París del primer tercio de este siglo. A pesar del respeto formal, de los planos bien distribuidos, lo evocador del invierno parisién no puede ser más emotivo con el ambiente saturado de nostálgicos acentos propios de la ciudad-museo.

MÚSICOS AMBULANTES (1951)

Sobre la base de un croquis del natural. Mori analiza las formas con planimetría cubista, pero las proporciones no están alteradas y sólo tritura los planos, basándose en un esquematismo simple. Pareciera que el maestro desea demostrar que en una escena costumbrista, típicamente nuestra, puede inventar el color, sintetizar de la misma manera que resuelve en sus cuadros de los rincones de París. El hombre del tambor, permite el juego de los círculos y las rectas, en una compensación plástica muy hermosa, más allá de su representación.

MUJER EN AZUL (1945)

Esta maquillada mujer que se tiende lánguidamente en este ambiente de misterio, nos embelesa con sus aires sensuales y su invitación a la fiesta íntima. Otras caras del arte de Mori. Los azules intensos, las sombras muy oscuras, consiguen por oposición, la morbidez de las carnes nacaradas. ¡Qué maravilla de piel! ¡Qué comunicación más lograda de contenida lujuria! El maestro se mueve con soltura en toda clase de asunto, con una libertad y gracia únicas.

NAVIDAD (1948)

Cerramos las láminas que ilustran la producción artística de Camilo Mori, con esta hermosa nota de candor: “Navidad”, verdadero canto a la maternidad. El estrecho abrazo de madre e hijo está admirablemente logrado en este óleo. La versatilidad del maestro se vuelve a demostrar en este cuadro, que aprovecha los azules para armonizar con la totalidad de los otros elementos plásticos, a pesar de que no es el asunto que lo caracterizó en su obra de los inicios, como podemos apreciar en esta secuencia historiada. Una serie de bocetos, de croquis a la pluma, parecen haberle servido para componer esta escena familiar, uno de los lienzos más queridos de Camilo, ya que siempre lo recordaba.