Cuentos participantes 6 concurso "PALABRAS A LOS ANDES"

“El corazón de María”

Caminaba a paso lento bajo la arboleda de Avenida Argentina, la lluvia empezaba a caer suavemente, el viento botaba algunas hojas al piso, el tránsito de vehículos no se detenía y María, parecía alejada de esa realidad. El mundanal ruido de motores y algunas bocinas no impedía a su mente viajar al pasado. Los recuerdos afloraron y se hicieron sentir como si fueran presente. Su corazón guardaba el nombre de Felipe, el tipo que robó para siempre su amor. De un instante a otro y sólo viajando al pasado, comenzó a evocar el aroma envolvente de un café, ese mismo café que había tomado con el dueño de sus más profundas emociones y deseos, al despedirse en aquel restaurante de calle Esmeralda. En su cabeza, todavía resonaba la voz triste y acongojada de un hombre que debía partir lejos y por tiempo indeterminado, dejando en esta apacible ciudad bañada por el río Aconcagua, a la mujer con la que decía, esperaba formar una familia. Ella había prometido esperarlo, sin imaginar que su promesa sería para siempre. Felipe, el joven apuesto que había robado su corazón adolescente y que la llevó a dejar atrás los años de ingenuidad, jamás retornó. El Trasandino se llevó más allá de la  cordillera sus sueños, esperanzas e ilusiones de quinceañera, pero la memoria le regaló volver a sentir el roce de sus manos, el sabor de sus besos y caricias únicas.

De un instante a otro, y por culpa de un trueno que anunciaba la intensificación de la lluvia, María despertó a la realidad, notó que lágrimas caían por sus mejillas, lágrimas que empezaban a fundirse con las gotas venidas del cielo y que recorrían su cutis ya no tan lozano. Tomó un pañuelo de su cartera, se secó con cuidado y sin darse cuenta llegó frente a la iglesia La Asunción, ahí la esperaba su esposo y nietos, los que a pesar de la lluvia que se hacía cada vez más presente, bajaron del auto para abrazarla, mientras decían en voz alta: “abuela, abuela…”. María sonrío, correspondió el cariño, subió con ellos al vehículo, besó a su marido y mientras comenzaban el viaje a casa, meditaba en lo inmenso que puede ser el corazón y la memoria de una mujer.

 

“Joselo”

De libertades y ángeles

Libertad vuelve a pisar la ciudad de Los Andes después de 30 años. Ahora tiene sesenta y dice que el paso del tiempo y sus condimentos la han transformado en una heroína que está a la altura de cualquier escenario.

Recibe su maleta de la mano del auxiliar del bus en que viajaba. Se queda parada a un costado de la maquina. Quiere caminar, salir de ahí; pero la mente no le gana a las ganas y se queda en el terminal Rodoviario de su natal Los Andes. Sus ojos miran panorámicamente la avenida Carlos Diáz.

Su hermana y única familiar que le quedaba falleció hace unas cuantas horas, ahora sólo le resta vivir por todo lo bueno que hay por ahí. Libertad sabe que hay mucho porqué vivir, pero el dolor es mas fuerte y no piensa en nada. No quiere nada.

Cuando saca fuerzas de no sabe donde, decide ir por un café a unos cuantos pasos de allí. Cuando sus manos rodeaban el baso térmico de plumavit un señor de traje oscuro se le acerca y le consulta por la dirección de la municipalidad de la ciudad. Libertad le responde al tiempo que no le quita la vista a la boca del desconocido, en verdad lo observa todo, y le gusta, le gusta todo de él.

Raimundo (así resultó llamarse el señor de traje oscuro) no quiere despegarse de Libertad, una vez que se le acabaron las preguntas, comienza a contarle sobre él, sobre su oficio de fotógrafo y sobre el motivo de su visita a Los Andes y todo por querer ganar tiempo junto a ella. Los dos aparentan ser contemporáneos en la edad, aunque él es mayor que ella por tres años. Libertad que no tenía fuerzas ni para respirar a encontrado milagrosamente en Raimundo una opción titánica de ánimo.

“si gustas, puedo acompañarte en tu dolor, mis fotografías pueden esperar…” Libertad cree en las palabras de Raimundo y olvidando todo prejuicio, dudas, miedos y barbaries lo invita al velorio de su hermana.

Mac Caro

“Margarita”

6 de Marzo, 1985, Los Andes había sido azotado por un fuerte terremoto. Margarita, una abuela que se encontraba postrada a sus 87 años, como todos los días pedía a sus nietos, que fueran a comprar el pan a la panadería Carámetro del Barrio Centenario, atendida por su propio dueño, Don Juan Carámetro, un viejecillo de cara y trato hostil. Las marraquetas que gustaba comer Doña Margarita debían estar crujientes y calientitas. No obstante, aquel día, debido al miedo, al alboroto, o quizás el apuro, Víctor y Leo no se percataron que aquellas marraquetas no cumplían con los requisitos de su abuela:

-      

¡Cabros de moledera! ¿Cómo no se fijaron que éstas marraquetas no están crujientes y calientitas como me gustan? ¡Vayan a cambiarlas!

-      

Pero abuela, en ningún lugar cambian el pan…

-      

¡Díganle a Juanito que van de mi parte, de la Margarita, y si no se las cambia se las verá conmigo!

Los niños partieron hacia la panadería, no sin el temor de encontrarse a Don Juan. Al entrar a la panadería, ninguno de los dos quería hablar para pedir el cambio del pan, pero al escuchar las palabras de Don Juan, quien dijo “¡¿Qué les pasó, cabros de mierda?!”, los niños asustados dijeron:

-      

Mi abuelita mandó a cambiar las marraquetas, dice que no están crujientes como a ella le gustan.

Luego de esto, Don Juan soltó una risotada que estremeció toda la panadería, y con su acento, propio de la gente que viene de la península, les dijo:

-                 

¿Cómo no le voy a cambiar las marraquetas a la Margarita, si es mi mejor clienta?

Ante el asombro de los niños, procedió también a regalarles dos exquisitos berlines bañados en azúcar flor. En ese momento sus miedos desaparecieron. Ya fuera de la panadería, los primos apostaron que el último en llegar a casa de la abuela tendría orejas de burro.

En memoria de mi abuela Margarita, y el barrio centenario.

 

Vitoco. 

NODRIZA DEL AMIGO FIDEL

Quien Puede decir que no conoció al amigo Fidel, tal vez los jóvenes de ahora no sepan nada de él. Pues bien Don Fidel o más conocido como el amigo Fidel no solo fue un vendedor de diarios que tenía su carrito fuera de la farmacia esmeralda o del pescado como la conocían todos, actualmente Farmacia Cruz Verde. No, él era el amigo de todos, siempre saludaba con alegría jamás lo oí quejarse de nada por el contrario él siempre estaba bien. Recuerdo que crecí viéndolo cada día en esa misma esquina  invierno y verano con lluvia o frio siempre en su carro por muchos años tantos que ya ni me acuerdo, vendiendo diarios, golosinas y sobres de láminas del álbum de moda. Hoy en día su carrito sigue en el mismo lugar en homenaje a quien formo parte de la historia de nuestra ciudad y vio crecer no solo a generaciones también fue testigo de las grandes transformaciones de nuestra plaza, testigo de apertura y cierre de diferentes locales comerciales, ¿Cuantas cosas vería pasar a lo largo de sus años?

¿Quién diría que ese señor ya mayor se convertiría en mi hijo o yo en su nodriza? Corrían los años exactamente el 1993 cuando nació mi hija mayor tenía tanta leche que mi hijita no daba basto para consumirla toda fue así que un día el Amigo Fidel me dijo que le habían recomendado tomar leche materna para sanar de su ulcera y yo sin dudarlo comencé a darle la mía. Religiosamente cada mañana pasaba a dejarle una botellita con mi leche la que tomaba así nada mas como si fuera un crio desde entonces aparte del cariño que le tenía nació un apego increíble yo tenía otro hijo y mi hija un hermano grande de leche.

No recuerdo durante cuánto tiempo le proporcione mi leche creo que dejo de beberla al mismo tiempo que mi hija, ¿Si sano de su ulcera?  No lo sé con exactitud. Pero lo seguí viendo por muchos años más sin quejarse y con la misma alegría de siempre.

Era entretenido cuando me presentaba a sus amigos como su mama y les decía que se tomaba mi leche o la cara de mi hija cuando le decía que era su hermano. Su partida fue un dolor importante sin embargo no cualquiera puede decir que fue la nodriza del amigo Fidel.                                    

-  Silvana-

PASEO CON MI NIETO

 

Ya son casi sesenta años que vivo en mi linda ciudad de Los Andes.  El día domingo cuando salgo a caminar, ella se viste de colores cambiantes. Los plátanos orientales con sus tonos entre dorados y verdes intensos, marcan cada estación del año.

-Ya pues Nona, llévame al mall – me dice mi nieto de 7 años,- que quiero ir a jugar a los juegos electrónicos y que me compres Donas. -Ya está bien- vamos al mall. – le contesto, no muy animada que digamos.  -Pero Rafa- ¿por qué no te llevo al Museo arqueológico primero?, es súper interesante.- le digo-¡Pero Nona!, ahí hay puros huesos, piedras y cosas viejas y me han contado que hay una momia que da susto.-¿Y tú sabes que es una momia?- le pregunto entusiasmada.-¡Si! En el libro de historia “MI VALLE DE ACONCAGUA” la vi, porque tuve que hacer una tarea.- me contesta.  En fin, no pude convencerlo que me acompañara al museo.  Decidí caminar con él hasta el mall.  Jugó mucho rato . El estaba feliz, yo un tanto aburrida. Pero qué se le iba a hacer, me encanta llevarlo a pasear.

Cuando volvíamos por la Avenida Santa Teresa, nos detuvimos en la puerta del Monasterio. Estaba abierta la puerta de la Capilla y entramos. Había un hermoso atardecer, dorado y violeta, que se pintaba detrás de la torre donde se  recortan las figuras del frontis de la capilla. -¡Nona , vamos a ver a las monjitas que cantan lindo!- me dice mi nieto  y se suelta de mi mano para correr y acercarse a la reja.-¡Siii!,- le contesto-  Apuro el paso para acompañar a mi nieto hasta la reja,  se ve el lugar desocupado, no hay nadie, solo un gran ramo de flores  en medio de la sala, un fuerte olor a rosas perfumaba toda la iglesia, recogidas del huerto, donde tantas veces la hortelana Teresita recogía las que ella misma cuidaba.  Mi nieto embelesado miraba  el lugar y me hacía señas que me acercara y de que hiciera silencio para  escuchar.  Yo no escuchaba nada,  entonces, lo tomé de la mano y le dije- ¡ vamos que es tarde!. Al salir de la capilla, nos cruzamos con una señorita muy linda, alta, de ojos verdes, vestida de blanco,- Escuchaste Nona, ¿qué lindo cantaban las monjitas?, Cada una sentadas en cada asiento y cuando nos íbamos, todas me decían adiós con la mano.- me comentó mi nieto.  Cuando salíamos la señorita que iba entrando me sonrió y te hizo una caricia en el  pelo-le digo a él- y el niño me responde. -¿Qué señorita? Nona, no vi a nadie y nadie me tocó el pelo.-Ya una vez a fuera de la capilla, el frio de la tarde otoñal y la oscuridad nos abrazó, corrimos tomados de la  mano y cruzamos la calle hacia el Museo arqueológico. Y mi nieto me dice- ¡Corre Nona!- que puede salir la momia y nos puede pillar, como queriendo meterme susto con aquello. -Jajajajajajajaj – nos reímos muy fuerte, los dos- y no paramos de correr hasta alcanzar la plaza de armas, para subirnos a un colectivo y volver a casa.

 

                                                                                                          AGUEDA.

 

SIMPATIA  POR  EL  DIABLO

 

“Estaba cerca cuando Jesucristo
tuvo su momento de duda y dolor”

Me topé a Jesús el viernes por la noche en la cantina de Papudo, cerca de la Avenida Argentina. No lo veía del año pasado. Este loco estaba comprando una caña de vino y quería pagar con 3 clavos grandes, viejos y oxidados.

Con Jesús solíamos ser rivales, tal vez hasta enemigos, pero eso fue hace demasiado tiempo. Le invité una caña del vino más malo que tuvieran y me senté un rato a conversar. En las palmas de sus manos se veían 2 cicatrices antiguas, como si se hubiera enterrado alguna especie de clavo.

Le pregunté burlonamente como se había hecho esas marcas y me dijo que había sido carpintero hace mucho tiempo.

-  Ah, es un oficio peligroso, le dije.

-  No tanto, hay otros peores, me respondió.

-  Recuerda que fue culpa tuya. Supongo que no has seguido tratando de salvar el alma de los hombres o algo por el estilo.

- Ya perdí la esperanza, las personas no quieren ser salvadas, buscan la       condenación. Ni siquiera voy a la iglesia. A ninguna.

Me despedí de Jesús y al doblar por la Avenida Argentina el viento otoñal me dio de lleno en la cara. Cuando metí mis manos en los bolsillos me encontré con los clavos que me había dado a cambio del vino.

Me encontré con 2 amigas en la esquina. Parecían tener frío, algo que obviamente yo no podía sentir. Les pedí que me acompañaran a un lugar más cálido. Me siento triste, les confesé, acabo de ver a un viejo amigo que me trajo recuerdos de épocas pasadas. No pudieron negarse y se fueron caminando conmigo.

Se me acaba de ocurrir una cosa, ahora sé que hacer con los clavos. Les daré uno a cada una y me quedaré con el tercero de recuerdo. Supongo que en el fondo soy un sentimental. Jesús estaría tan orgulloso, él siempre dijo que era bueno compartir.

 

MARCO  MENDOZA

 

Un gran pescador en tiempos del Ferrocarril.

 Esa fría mañana rumbo al refugio en Guardia Vieja, me acompañaba un orgulloso hijo de ferroviario, que sacaba pecho por su padre y por aquellos lindos años de gloria del Ferrocarril Trasandino. Me decía: “yo, cuando cabro, me venía a pescar aquí a Riecillo, tenía que levantarme a las cuatro y media para subir al tren”.

El tren Trasandino era de lento andar, lo que permitía subir y descender sin problema a lo largo de la travesía cordillerana.

“Mi compañero, entusiasmado, dejaba escapar su nostalgia y amor por estos cajones cordilleranos”.

“Cuando el río era el río, no como ahora que ni pa’ zanja le alcanza, ahí sí, habían muchos salmones, hasta con la mano los sacaba. Puta, yo de cabro que pesco, me conozco todo esto al revés y al derecho, yo soy experto en todas las técnicas, incluso en la pesca con aceitunas, - pero como es eso - , fácil con un paquete de aceitunas, tú le tiras las aceitunas y cuando el “pescao” sale a botar el cuesco, le das con el palo. Ja, ja, ja…”

Esos años eran otros tiempos, el ferrocarril daba trabajo.

Los Andes estaba lleno de casas de remolienda, las famosas casas de té, incluso existían la “cachas fiás”.

Si, en serio, el lío era en la fecha de pago, ahí estaban con la libreta esperando a los viejos, “pa” cobrar y no faltaban los que se arrancaban, era todo un espectáculo.

Mi papá siempre nos decía: si quieres dejar de ser pobre tienes que leer, y tomaba un libro, éste es único medio “pa” dejar de ser un “mandao”.

Pablo Mistral.

Un sábado para no olvidar

Hace unos dieciséis años atrás fui a visitar a mi familia paterna que vivían en la Avenida España, en Los Andes, al frente de la casa pasaban unos ferrocarriles de color café oxidado y me acordaré siempre qué tenían unas letras que decían FEPASA. Nos juntaríamos en la casa de mi abuelita. Camino hacia la casa en el auto estaban todos en silencio, mi papá y mi mamá apenas se hablaban, pero lo único en lo que yo pensaba era que me iba a encontrar con mis primos para jugar con ellos.

Al llegar al lugar había mucha gente, muchos familiares de distintos lugares de Chile, todos hablaban con murmullos,  a los niños nos hacían callar, pero era inevitable porque  jamás habíamos estado todos juntos, por cansancio  nos dejaron ir a jugar a las líneas del tren a todos los primos, se veía la cordillera como un manto blanco que la cubría, era un paisaje hermoso , hacía frio pero jugamos tanto que no lo sentíamos, lo pasamos tan bien que después de tres horas más o menos llegamos a la casa, todos sucios y sudados. Mi mamá me mira y seria me dice estás toda sucia, te quedarás al lado mío porque iremos a la iglesia caminando.

Salimos de la Avenida España hacia la Avenida Argentina un montón de gente caminando por al medio de la calle, había unos autos delante de mí que tenían flores, pero yo apenas los alcanzaba a ver porque era muy pequeña, todo esto fue algo tan novedoso, que lo recuerdo cómo si fuese ayer, jamás he vuelto a ver en otras ciudades algo así.

Finalizado el recorrido en la Iglesia Santa Rosa, una iglesia muy bonita, con grandes pilares de color blanco, comencé a fijarme en la actitud de la gente, todos lloraban y estaban muy tristes, en ese entonces caigo en cuenta que era a mi abuelito el que había muerto, me dio mucha pena, pero una emoción afloraba en mí, era felicidad ya que él me había dado un gran regalo, el poder conocer y compartir con mi familia en una linda ciudad llamada Los Andes.

 

SANFEANDINA

Una mañana diferente

Era una mañana de invierno igual que las demás. Adolfo abrió las cortinas de su habitación para inyectarse de energía con la imponente cordillera de Los Andes. Observó el calendario apostado arriba de su ropero y algo le llamo fuertemente la atención, era 31 de Julio y sin entender el por qué, sintió que debía hacer algo que llevaba pensando muchos meses, y este era el día, el ultimo día del frío mes que sus huesos habían vivido.

Llego a la cocina, se preparo lo cotidiano, café y tostadas. Igual que siempre encendió su antigua radio en la cual sonaba una canción que lo trasladó directamente a su infancia: “En el Andes va escrito tu nombre, vas en busca del cielo y de sol...”. Recordó que su abuelo recitaba aquel himno, evito no emocionarse, pero la nostalgia lo inundó.

Salio de su casa ubicada en el centro de la ciudad y para su sorpresa, había un imponente sol, como esos calurosos días de enero donde la temperatura llega a los 35 grados. En su bolsillo llevaba una carta para su madre donde le contaba de su fuerte alcoholismo y de la decisión que había tomado. Era un hermoso día para Adolfo, eso lo mantenía inquieto. Camino hacia el centro de la ciudad e ingreso al monumental edificio de correos, la decisión estaba tomada...

Mientras esperaba su turno, comenzó a recordar su infancia vivida en Los Andes, la fiesta del guaton loyola, tardes de música en el parque Ambrosio O’higgins... recordó la época de escolar donde como castigo lo enviaban a limpiar el cerro La Virgen... estaba tan ensimismado que no se percato que era su turno, quien atendía le pregunto ¿le ayudo en algo?. Fue tan fuerte la pregunta que se echo a correr y correr... Quiso suicidarse en ese mismo instante, pero la ciudad no se lo permitía, en cada esquina encontraba recuerdos y momentos inolvidables... Sin entender, Adolfo despertó, con sus pantalones rasgados y sucios de tanto vino barato, a su alrededor tenia dos amigos de cantina, miro sus manos llenas de barro y entendió que todo había sido un sueño, camino hacia la puerta del local y sin ganas de nada, miro la cordillera y ahí estaba, imponente al igual que en su sueño, invitándolo a vivir otro día.

 

MOM

Sueño andino

Amanece otro día sobre Los Andes, el viento helado golpea mi rostro descubierto, la soledad de las calles vacías aumenta el silencio, retumban los clarines de la comisaría, 6:30 de la mañana y aprieto el paso para procurar un poco mas de calor.

Siento los motores y veo las luces de algunos vehículos por Avenida Santa Teresa, me queda lo menos de caminar, saludo a un ciclista y a una mujer con los que me encuentro casi todos los días, no se ni quienes son,  compañeros de madrugar y caminar y pienso adonde se dirigirán cada vez que los veo, seres anónimos que son ya parte de mi paisaje habitual, las sombras se entrecruzan y vuelven a desaparecer tragadas por la fría oscuridad.

 En la Avenida ya hay mas movimiento y enfilo mis pasos por el mismo camino que de tanto recorrer me conozco de memoria, hay partes donde  la noche aun permanece pegada  a las paredes y la luz de los postes no alcanza para sacudirlas de las sombras, aprieto los puños dentro de los bolsillos de la parka y desde un costado escucho claramente un buenos días, me paro en seco, sorprendido, ante mi una novicia me mira atentamente y sonríe, buenos días balbuceo, aun perplejo y un poco nervioso,

Ya no siento frío y una sensación extraña comienza a apoderarse de mí, el rostro que me mira es tan familiar y cercano, pero no logro comprender de quien se trata,

El tiempo parece detenerse, el paisaje tan conocido ahora es tan distinto, siento voces, alguien esta cantando, quiero correr y no puedo, como aprisionado en una visión que me subyuga y me transporta a otra dimensión, no hay miedo, solo la curiosidad del porque  soy yo quien esta viviendo esta experiencia alucinante, aprecio sus pies, están descalzos, y flotan sobre una especie de alfombra y el entendimiento parece entrar en mi cabeza, miro a la estatua a la cual siempre le dirijo alguna palabra al pasar y ya no esta en su pedestal.

De golpe todo se torna oscuro, solo escucho un sonido que crece a cada instante, y despierto de golpe al entender que es la alarma de mi celular

Amanece otro dia sobre Los Andes, todo igual que siempre, o no?

 

Al Iskandar