Cuentos ganadores participantes en el 6 concurso 2017

CUENTO GANADOR CON EL PRIMER LUGAR DEL CONCURSO "PALABRAS A LOS ANDES"
Competencia directa.
Sentada sobre una frazada algo gastada, movía ágilmente sus manos alrededor del alambre. Como cada fin de semana, la joven vendía los aros confeccionados por ella misma en la Plaza de Armas. De Armas tomar. Terminando el nuevo par que se traía entre manos, algo angustiada notó que sus ventas iban muy bajas en comparación a otros días. La razón la tenía frente a sus ojos, tan sólo a un par de pasos de ella. Observaba fijamente esa mirada penetrante, inmóvil y color cobre que la analizaba desafiante; como si el hombre que estaba bajo el casco tan rojizo como su cara supiese, muy en su interior, que estaban en una especie de disputa, un conflicto que iba mucho más allá de lo económico.
El ruido de una moneda cayendo en un tarro, frente a los pies de él, interrumpió el momento, y poco a poco la figura estática recobró el movimiento por unos segundos, agitando la picota que tenía en sus manos, entre la risa de dos niños pequeños. Al detenerse nuevamente en su posición inicial, los ojos de ambos volvieron a encontrarse. Esta vez, las miradas habían abandonado en parte su dramatismo, como si los ojos de la estatua humana quisieran esbozarle a la mujer la sonrisa que su boca tiesa no podía entregarle. 
Una señora de edad se acerca a comprarle un par de aros, pagándole con monedas. Se siente poderosa, tiene la capacidad de hacer que, por un momento, su –acaso- enemigo vuelva a la vida. Se pone de pie frente al hombre y suena el golpe de la moneda en el tarro. Lentamente comienza a moverse, sonriéndole escondido detrás de la pintura de su piel. “Me llamo…” – le dijo volviendo a quedar estático. Frustrada, pagó nuevamente por su dinamismo. “Ernesto, y termino aquí en una hora- agregó recuperando su posición inicial. La mujer volvió a su frazada a trabajar con su alambre, pensando en la información que su competencia le había dado.
La medianoche decoró de negro la Plaza, un hombre y una mujer caminan por calles contrarias. Quizás no se vuelvan a ver, pero no les importa, miran en dirección al cerro y ven en la punta la estrella roja que ilumina y que siempre estará allí observándolos a ambos, tal como lo acordaron. La joven abre la puerta de su casa, ingresando aún con manchas cobrizas en la comisura de sus labios.
Autor: Mauricio Mura Pineda

 

CUENTO GANADOR DEL SEGUNDO LUGAR DEL CONCURSO DE CUENTOS "PALABRAS A LOS ANDES"
Los Zapatos
Se había puesto bonita para salir con José Manuel, incluso llevaba puestos sus zapatos nuevos, recién comprados en cuotas en la “Casa Anny”. Con José Manuel tenía casi la misma edad, y el hecho de que fuera el “señorito” de la casa donde ella era la “nana puertas afuera”, no fue impedimento para aceptar su invitación, sólo quería disfrutar de la vida como cualquier adolescente de su edad. Esa tarde, el muchacho la esperaba en su moto, la llevaría a conocer Río Blanco. “Cómo es posible que, viviendo toda tu vida en Los Andes, no conozcas ese lugar?” le había preguntado incrédulo. “Te va a gustar, es muy bonito”, agregó. Encendió su moto y enfilaron hacía la cordillera. Después de recorrer varios kilómetros, se detuvieron en una explanada. “Era verdad”, pensó Rosa, encantada al ver la hermosura del lugar. Verdes llanuras enmarcadas por la inmensa cordillera y el murmullo del río la fascinaron. Eran los últimos días de Noviembre y hacía mucho calor. “Ven y sentémonos”, le dijo José Manuel, “quítate los zapatos para que veas lo que se siente”. Ella obedeció. Se sentó junto a él, se sacó los zapatos y los dejó bien cerca. No tardó en disfrutar de la tibieza del prado en sus pies y también de la tibieza de José Manuel… Cuando Rosa se despertó, ya había anochecido. Sobresaltada, miró al oscuro cielo y distinguió unos extraños pájaros que volaban sobre ellos. Su particular canto le hizo recordar las historias que escuchará de niña: esos eran brujos que cada tanto se convertían en peculiares seres alados, poseedores de un graznido inconfundible. Presa de un miedo que le heló la sangre, despertó a José Manuel, mientras buscaba a tientas sus zapatos. No los encontró. “¡José Manuel, vámonos altiro!, ¡mira que esos son “tué-tués” y son pájaros malos!...¡Vámonos, te digo, y devuélveme mis zapatos!”. José Manuel se encogió de hombros, negó haberlos tomado, a la vez que le preguntaba qué diablos eran esos ”tué-tué” y por qué estaba tan asustada. En eso oyeron correr unos caballos, muchos, con un galope que se iba acercando cada vez más. Fue entonces cuando José Manuel, ahora sí, más asustado que Rosa, salto a la moto. Ella lo siguió.”¡No sé que cresta está pasando, -dijo él- pero yo me voy a la chucha!”, “¡Mis zapatos!”, le gritó Rosa desesperada. “¡Te comprai otros nomás!”, le respondió y arrancaron a toda velocidad. En cuestión de minutos llegaron a Los Andes, era casi media noche. Rosa aún temblaba, de miedo, de frío y de rabia con José Manuel, por el susto que se llevaron, por lo tarde que era y por haberle hecho perder sus zapatos. Entonces antes de llegar a la casa de Rosa, ella le ordenó:”¡Déjame aquí no más!”. Entendiendo su molestia, José Manuel la dejó en la esquina de su casa y siguió su camino sin decir una palabra. Ahí se quedó Rosa, llorando de pie descalza, congelada de frío, aunque, en cierta forma, aliviada de haber escapado de tan terrorífica experiencia. No se veía un alma en las calles. Lamentando haber perdido sus zapatos nuevos, se dio media vuelta y miró hacia la cordillera, fue entonces cuando vio una silueta que venía corriendo por el medio de la calle hacia ella, haciéndole señas. Era un viejo sucio y harapiento, con un gorro de lana. Jadeaba cuando la alcanzó, se detuvo a su lado y mirándola con los ojos bien abiertos, exclamó: “Señorita, señorita, no llore…Venga conmigo, ¡yo sé donde están sus zapatos!...”
GRACIA BARROS

 

CUENTO GANADOR DEL TERCER LUGAR CONCURSO DE CUENTOS "PALABRAS A LOS ANDES"
Radioman
Yo era locutor de Cordillera y Trasandina, por amor al arte, llegando a las cinco cuarenta y cinco entumido, sacando palitos de fósforos de la cerradura puestos por ociosos. Sí, en algún momento pensé en ociosos pero después entendí que eran tontúpidos.
La primera oficina estaba arrendada a un abogado, muy bien vestido, Radical, y que fumaba como chimenea. Había una secretaria, un reportero, y animadores frente a consolas de ruedas y dimers, con riels, cassettes, y discos de 45. No había internet, ni whatsapp, ni una computadora en toda la oficina.
Tomábamos Nescafé en las radios a eso de las nueve. Como un rito, uno hojeaba la portada en blanco y negro de El Andino. El matinal luego, noticias, deportes, tangos y rancheras por la tarde en la banda am, mientras en la modulada aumentábamos el ritmo con lo último llegado en los promocionales Cnr o Warner, de cartón.
A mi me llamaba a veces el dueño. Reto más reto, por mi manera poco pulcra de decir las cosas.
—Tienes que controlarte, nada de andar diciendo “te vamos a ponerte un tema”, con ese doble sentido tuyo, tan típico.
—No, don Carlos, soy una blanca paloma.
—Ja, no te creo, ¡estás más loco que una cabra!
Un día apareció una cadena satelital y compró las instalaciones de Cordillera Fm. Me dio mucha lata. Me vine a esta misma plaza a ver si habían arreglado las instalaciones con peces de colores naranjos, verdes, y azules, como fluorecentes, que habían antes. La pileta estaba vacía y con papeles esa vez, como esta tarde. Los colegiales hacían los mismos grupos de hoy, pero sin el ingrediente de la cabeza gacha en el mundo paralelo de los smartfonos.
Ya estoy más viejo y no me levanto tan temprano. Hoy, eso sí, me da vueltas si el Rumpy me habrá escuchado alguna vez (si es que vino a Los Andes). La frasesita “te vamos a ponerte un tema”, después él la hizo famosa. 
Seguro me la copió.
Maxwell Smart.