Ganador del Concurso Relatos y Retazos 2025: Categoría Juvenil

 

Felicitamos a Aarón Carrasco, ganador del primer lugar en la categoría Relato Corto – Juvenil del Concurso Literario Relatos y Retazos 2025, organizado por la Biblioteca Municipal Carlos Condell.
La premiación se realizó el viernes 12 de diciembre en la Biblioteca de El Quisco, en el marco del cierre de talleres y premiación 2025, recibiendo su diploma y premios de manos de la concejala Sandra Sánchez Flores.

A continuación, compartimos con ustedes el texto ganador: 

 

La nueva fe

 

En el año de 1879, Roma dormía tranquilamente bajo el incienso y las campanas. Pero el padre Sebastián Solemnis no podía dormir.

Cada noche, un murmullo le susurraba al oído, voces que no eran oración, sino algo más profundo, más antiguo algo que no lograba comprender.

Primero creyó que eran tentaciones del demonio, distracciones para probar su fe. Pero los sueños se hicieron cada vez más nítidos.

Anotaba cada uno en un cuaderno que escondía cada noche bajo su almohada. En las páginas, la tinta temblaba describiendo un pueblo

desconocido: un valle envuelto en una neblina bastante espesa, un templo colosal, negro como carbón, sus mares eran un rojo brillante.

Sus muros estaban vivos, cubiertos de ojos que parpadeaban todos a distinto tiempo, pero miraban fijamente a Solemnis cada que ejecutaba un movimiento. 

En las calles, hombres y mujeres caminaban sin voluntad, con el rostro vacío, como si el alma hubiera abandonado totalmente su cuerpo.

Justo cuando el sueño llegaba a su fin, la voz aparecía. Grave, cercana, como si hablara desde su propio pecho:

—Tu dios no escucha. Tu dios no responde. Ven.

Las noches se volvieron un tormento. El padre Sebastián ayunó, rezó, se flageló hasta sangrar.

Ningún ritual hizo callar la voz. Al contrario: cada oración parecía hacerle fortalecerla y hacerla más fuerte, más cercana.

Hasta que una noche de pesadilla en sus sueños al borde de la desesperación, preguntó:

—¿Quién eres? ¿Qué quieres de mí?

El silencio duró un latido. Luego, la respuesta:

—Soy el principio y el final. Soy la fe que tu iglesia no puede dar.

Ese día, Sebastián no confesó a nadie. No comió. Vendió sus pertenencias, abandonó la sotana y partió sin despedirse.

Los registros de la diócesis solo anotaron: “El padre Solemnis desapareció sin dejar rastro. Algunos lo creen loco, otros lo creen muerto"

Pero Sebastián seguía caminando, siguiendo las instrucciones que el sueño le daba como un mapa secreto.

Cruzó el océano en un barco atestado de inmigrantes y arribó al sur de Chile, una tierra joven, húmeda y oscura. 

Allí, en medio de la espesura, encontró un valle parecido al de sus visiones. Lo llamó Nueva Fe un lugar donde profesaría a su nuevo dios.

Construyó una capilla de madera, pero no levantó crucifijos. En su lugar talló símbolos circulares, figuras con ojos abiertos en toda superficie. 

Los lugareños, primero desconfiados, acudieron a escucharlo. Su voz era dulce, hipnótica. Les habló de un dios que no castigaba ni prometía, sino 

que miraba y reconocía. Un dios que pedía entrega total, y a cambio ofrecía silencio y paz.

Poco a poco, la capilla se llenó. Y cada noche, Antonio seguía soñando. Ya no resistía:

anotaba sin miedo todo lo que la voz decía, dejaba que las palabras de la voz llenaran su diario.

—Ellos son míos —le decía la presencia, refiriéndose a los fieles que oraban de rodillas—.Dales mi mirada.

Los rituales comenzaron en secreto. Se apagaban las velas, se cerraban las puertas, muchos despertaban al amanecer con los ojos irritados

y ojeras, incapaces de recordar nada, pero convencidos de que habían visto la verdad. 

Pasaron los años Solemnis seguía escribiendo sus diarios y libros para el culto. El pueblo creció en torno a la capilla.

Nadie lo llamaba “iglesia”. Era la Casa de la Mirada. Quien entraba, ya no volvía a rezar a Cristo ni a ningún de los dioses que conocía antes. 

El padre Antonio envejeció, pero su mirada se volvió más intensa, más profunda. 

Los diarios que escribió —cientos de páginas de sueños, símbolos y mandatos— quedaron guardados en un cofre bajo el altar.

Y en su última noche, antes de morir, dejó escrito:

"El dios que conocí en Roma nunca fue mío. Aquí encontré al verdadero. Aquí comienza la fe que quema."

Cuando lo enterraron, los habitantes de Nueva Fe lloraron como si hubiesen perdido a el mesías. 

Nadie sabía que, en la capilla, tras el altar, había una pared cubierta de ojos abiertos, parpadeando en la penumbra mirando fijamente a un altar con un cofre cerrado con llave.